Para escribir cosas feas, mejor no escribo.
Es que estoy tan triste últimamente que sólo se me ocurren quejidos y pucheros.
Pero es cierto que también puedo escribir a dos pies del suelo, sonreír y perder las pupilas por ahí. Procedo:
Terminé “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón. Un best seller fácil y entretenido que además, está bien escrito. Me sorprendió -no sé si porque los novelistas primerizos son así, o porque él es así- su empeño por dejar cada cuestión zanjada. Me imaginaba al buen hombre con un esquema a base de post it e hilos de colores sujetos con chinchetas para enlazar cada trama, dato o relación física con su correspondiente, al estilo de la policía en un film americano, cuando tratan de encontrar a un asesino en serie por todo el estado de Wisconsin (por ejemplo). Qué barbaridad, qué alarde de coherencia. Y aún con eso, y a pesar de que en el final complaciente quizá vi asomar la mano de un editor, me pareció un libro donde no sólo se esforzaba el tal Zafón en trazar una historia con sentido del humor, de la novela, de los sentimientos humanos, sino también en dejarla retratada con imágenes visuales muy sugerentes y unos diálogos estupendamente recreados. Lo mejor: amén de un argumento intrigante, con notas sentimentales y algo de historia patria, que nunca viene mal, disfrute muchísimo con el personaje de Fermín Romero de Torres, que singular como era, parecía tan real como cualquier calavera de la postguerra de los que nunca conocimos.
(También, podría comentar las exposiciones de Juan Gris y de Joan Massanet en el Reina Sofía, pero he dicho que para poner cosas feas, mejor no digo nada. Bueno, aclaro: no es que las exposiciones no tuviera buenas obras, es que personalmente, uno y otro me parecen un mal día en la vida de Picasso y Dalí respectivamente. Pero es una opinión personal, repito.)