jueves, enero 18, 2007

¡Hey! ¡Un nuevo post!

Cada semana, esta cuenta de correo recibe un par de mails. Puntuales, cada lunes. Que pueden quedarse sin leer otra semana más a la espera de sus dos siguientes hermanos, que llegarán, puntuales, al lunes siguiente. Y sí, casi todos los mails de esta cuenta son hermanos: los únicos pobladores de esta bandeja tienen rasgos casi idénticos.
Cada semana llegan a mi cuenta dos de estos ingenuos muchachos, cada uno con el mismo mensaje que el de la semana anterior: uno, que me dice que mi otro blog abandonado, no lo visita nadie. Y yo pienso, “¿te has hecho este viaje para esto, mijo?”. El otro, que este blog abandonado, todavía hay quien lo visita. A este segundo crío me quedo mirándolo fijamente y algo molesta, porque no para como de saltar con ganas de decir “¿estás contenta?, ¿estás contenta?”. No. Lo que estoy es sorprendida. No es que no esté contenta. Pero es tamaña la sorpresa, que una cosa fagocita la otra, como los peces.
Supongo que hay más impertérritos Sanchez-Dragó en el mundo, con perdón, al que no les excita lo nuevo, sino que se deleitan con lo caduco. Está bien, yo soy un poco así. O también de los que llegan tarde. También hay un poco de ellos en mi.
Y así, unos llamados por los otros, por alguna especie de hilo conector entre los estómagos de las rémoras del mundo, terminamos aquí reunidos, no sé cómo, a regodearnos en nuestro aislamiento de modas, youtubes y myspaces. Ole nuestros güevos.

(El caso es que venía, animada por el ingenuo muchacho del mensaje 2, a tratar de retomar la residencia –al menos esporádica- de este blog. Pero me ha salido esto. A modo de disculpa esgrimo que no volveré a mezclar los buenos propósitos con días grises. Resulta confuso -para todos, lo sé-.)

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