viernes, julio 01, 2005

Yo también soy una acosadora

Ni me levanto con la palma abierta en un grupo de terapia, ni grito para solidarizarme con los enfermos sexuales, ensayando una reprimenda progre-moralista. Sólo trato de constatar lo que para mi es un hecho. Y es que ahora que está tan en boga lo de ir denunciando a quien te incomode con un exceso de atenciones –lo cual, aclaración por delante, me parece fenomenal- una, que no lo puede evitar, se pregunta si tan gruesa es la línea entre los correctos y los incorrectos, los buenos y los malos, los acosadores y los no acosadores.
Recuerdo cuando iba al instituto, una anécdota con nuestro profesor de francés. Y ya sé que suena a chufla, pero os recuerdo que es la realidad la que inspira la ficción y no al revés. A lo que iba: no niego que al sujeto en cuestión, a sus alumnas le encontraba el atractivo más allá de –o precisamente, en- unos correctores con acné. Al buen hombre se le había pillado más de una vez en el renuncio de sonreir más de la cuenta las tonterías de sus niñas de 16 años. Pero salvo eso, juro que no encontré más motivos para sentirme mal en su presencia. Y eso que, teóricamente, a mi es a la que más atenciones prestaba. Sin embargo, un grupúsculo de compañeras decidieron que había tocado techo y era el momento de denunciar. Yo, que ya en su momento, me di cuenta que era más el afán de unas adolescentes por llamar la atención que por el peligro que se olían, lo hablé con mi madre. Ella me preguntó si me había tocado: “no”. “¿Te ha dicho groserías?” “No.” “¿Se ha portado mal?” “No” “¿Entonces?” “Es más amable que el resto de los profesores” “Ya, pero por eso no se puede castigar a nadie. Tened cuidado, porque lo que van a decir tus amigas es muy grave.” Hablé con ellas: si yo, que era la preferida, jamás había sentido el más mínimo agobio de estar en sus clases –y, por supuesto, no había tenido jamás contacto fuera de ellas- no veía el motivo de denunciarlo, ¿qué tenían ellas que aducir? Yo creo que uno es muy libre de tener, digamos, sus preferencias. A él se le iban los ojos de cordero detrás de las chicas de 16, pero jamás había pasado el límite de la agresión. Pues bueno. Allá cada uno con sus perversiones y fantasías, siempre que no moleste a los demás, ¿no?
Quién no ha tenido una querencia. Sentimental, perversa, incontrolable. Los ex novios podrían escribir libros. En un estado de enajenación mental como el de una ruptura, todos nos volvemos locos: se mezcla el amor, el odio, el deseo y las ganas de matar a alguien. Un cóctel explosivo que puede estallar en cualquier momento, de cualquier forma. Cartas desesperadas, insinuaciones ramplonas, llamadas a deshora. Esas cosas que tienen los acosadores. Yo misma, he sido, soy y seré una acosadora. En mayor o menor medida, una pierde la elegancia de vez en cuando y arrastra su amor, colgado de la mano, por todos los malos caminos. Qué le vamos a hacer…

En fin, que no he hecho más que divagar -como corresponde a mi querencia a lo relativo o a mi carencia a la hora de tomar decisiones, según se mire-. Yo sé que una premisa como la que planteo, parece que implica una conclusión del tipo “así que intentémonos poner en el lugar del otro” o “comprendámoslo”. Nada más lejos. No creo que haya que ponerse en la piel de nadie. Ya nos llega con la que vestimos.

1 cosas que no pueden esperar...

At 12:30 p. m., Anonymous Anónimo me confesó que...

¿Acosadora? Sí y un poco abusadora también, no? O no te pasa que esa querencia por los mimos, los cuidados y los detalles con los amigos más que amigos se está convirtiendo en una costumbre, en un modo de vida? Entiendo que te guste y te lo pases bien, sobre todo si funciona. Y como tú dices, no estamos para ponernos en la piel de nadie. Pero sólo por eso, no esperes que luego nadie se ponga en la tuya.

 

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