miércoles, julio 13, 2005

Tercer día de vacaciones

Después de todo me han pagado por venir. Además de invitarme al vuelo, veinte euros me han dado: a 10 la hora de espera tras el anuncio de overbooking. ¡Ni por eso podía quejarme a mi santa madre, que me vio llegar con los mismos ojos que se enjugan para ver un santo de palo bajarse de la peana!
Este santo pueblo, eso sí, no ha cambiado nada. El verano es pegajoso, cansino el mediodía, un poco más ligera –¡pero muy poco este año!- la noche. El tráfico, insufrible, con complejos de gran ciudad. El humor sin humor. La retranca, un poco pocha; las sonrisas, sólo con Alvariño. ¡Y... aydiosmío! En el repaso me acuerdo, ¡cuánta teta-balón! ¡Cuánto can cervero irrisible! ¡Y hasta al tunning le han hecho un salón! (y Citröen... ¿qué opina de esto?) Pero estos cambios se me olvidan ya. Se me tienen que olvidar...
Me voy a la playa con la memoria, que el agua de mar cura muy bien las pústulas. Y continúo mi narración: dibujando el borde de la ría, corro por las mañanas con Tere, entre las 8.30 y las 9.30. Luego desayunamos y el día, a eso de las 10.30, ya ha merecido la pena. Luego vuelvo a casa, ayudo a mi madre, vamos de paseo y hacemos infinitos cafés. El sol continúa esperando sin cansancio a las 6 de la tarde, cuando decido volver a la arena. Y si no, hasta otro día, porque yo me paso la tarde visitando aires acondicionados.
... Una brisa suave tira de la sábana estrellada hasta esta orilla del mundo. Y mientras el mar se añila, saboreo con devoción un chinchito frito o pimientos de padrón.

En fin... la cosa está en no pedir, como siempre, sino en dejarse amar.

0 cosas que no pueden esperar...

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